En la entrada de hoy me gusta compartir con vosotros y vosotras como el género de las personas influye en la salud mental y las diferencias a tener en cuenta en las intervenciones psicológicas.
Me gustaría comenzar aclarando algunos conceptos básicos sobre género. Por un lado tenemos el sexo biológico, que es aquel con el que nacemos (órganos sexuales, hormonas, genes…), y por otro el género. El género es una construcción social y cultural que vamos adquiriendo a lo largo de los años.
Son aquellos roles, responsabilidades y formas de relacionarnos que la sociedad nos asigna según nuestro género. Es lo que se espera de nosotros por el mero hecho de ser mujer u hombre.
Por esto es fundamental comprender la diferencia entre sexo y género, ya que es ahí donde radican las desigualdades de género (basadas en los estereotipos de género y en las culturas patriarcales), que no son algo natural sino construcciones sociales y culturales que pueden ser modificadas.
Algunas características específicas de las relaciones de género son las siguientes Ramos-Lira (2014):
- Son una construcción social: Cada contexto cultural asigna a mujeres y hombres un conjunto de funciones, actividades, relaciones sociales y formas de comportamiento, que aprenden a lo largo de su vida.
- Específicas: Cada cultura tiene su visión sobre los roles y las relaciones de género.
- Estructuran la vida cotidiana de las personas: Las relaciones de género determinan los derechos, las obligaciones y las responsabilidades respectivas de las mujeres y de los hombres.
- Cambian: No somos las mismas mujeres y hombres que nuestras abuelas y nuestros abuelos, y tampoco tenemos las mismas relaciones entre hombres y mujeres que hace cincuenta años.
Utilizar el sexo biológico, y no el género, como explicación a nuestras vulnerabilidades es donde radica el problema. Generalmente el género es invisibilizado, y el sexo se superpone como explicación de prácticamente todos los fenómenos humanos; decimos por ejemplo, “así son los hombres” o “ésas son cosas de mujeres”. En relación a la salud no queda muy claro qué diferencias son resultado de diferencias sexuales y cuáles se deben al género, excepto algunas relacionadas con la salud reproductiva.
Los estereotipos o roles de género influyen en como la enfermedad es vista según la persona. Las mujeres son vistas como más débiles, sumisas, indefensas, preocupadas por los demás y con una alta emotividad. Mientras que los hombres no tiene permitido expresar sus emociones, son fuertes y deben negar todo aquello que les haga parecer frágiles a ojos de los demás. Por ello, se ha constatado que el doble de mujeres que de hombres tiene una peor percepción de su estado de salud y acude antes a pedir ayuda, tanto a atención primaria como a centros especializados de Salud Mental.
Esto provoca un sesgo sexista en los profesionales de la salud mental (y de otras especialidades médicas). Éstos ven a las mujeres como más frágiles y con mayor vulnerabilidad para enfermar, mientras que tienden a ignorar en mayor medida el malestar emocional del hombre. Hay una predisposición mayor a diagnosticar a las mujeres de depresión y/o ansiedad y a ser medicadas y sobremedicadas porque a menudo se patologizan sentimientos o situaciones que provocan malestar en la vida cotidiana. Mientras que hay una mayor tendencia a diagnosticar a los hombres de trastorno antisocial y/o adicciones, suelen externalizar sus problemas emocionales y les es más difícil pedir ayuda por la construcción que tienen sobre ellos mismos y lo que se espera de ellos, encontrando dificultades para expresar sus emociones y malestar de forma libre.
Esto también se debe a que las mujeres llegan antes a los servicios de salud mental, mientras que los hombres llegan cuando ya no pueden más, muchas veces a urgencias cuando ha habido una crisis grave. Esto hace que también el diagnóstico y la prescripción de psicofármacos sea muy diferente entre
hombres y mujeres.